BIOGRAFIA DE ARTURO PRAT CHACON - Corporación Cultural "Arturo Prat Chacón"







BIOGRAFIA DE ARTURO PRAT CHACON



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Agustín Arturo Prat Chacón (3 de abril de 1848 – 21 de mayo de 1879)



El 26 de octubre de 1838, Agustín Prat del Barril y Rosario Chacón Barrios contraen matrimonio en Santiago, ciudad donde conforman una tienda. Tiempo después quedan en la ruina, tras sufrir la destrucción del inmueble debido a un incendio y deciden trasladarse a la Hacienda San Agustín de Puñual en Ninhue (Provincia de Ñuble). Sin embargo, la situación no mejoró para el matrimonio y debieron enfrentar la temprana muerte de sus tres hijos.

En esta hacienda y dentro de una familia acechada por las desgracias, el 3 de abril de 1848 nace el cuarto hijo del matrimonio, Arturo Prat Chacón. El pequeño era de salud delicada, contextura frágil y corría el riesgo de morir. No obstante, su madre se aferró a la medicina alternativa de hidroterapia para salvarlo. Por su parte, el padre emigró a los Estados Unidos tentado por la fiebre del oro de California, aunque contrario a lo que esperaba, solo encontró ruina y debieron vender la hacienda para regresar a Santiago. Se establecieron en una chacra en la comuna de Providencia, donde encontraron estabilidad económica.

En la nueva propiedad transcurrieron los años de Arturo, quien fortaleció su cuerpo gracias a ejercicios físicos y espíritu de superación. Se atribuyó su mejoría a la hidroterapia, aunque lo más probable es que el cambio de ambiente haya influido considerablemente. En 1854 la familia vende la chacra y se traslada a una modesta casa en la calle Nueva de San Diego (llamada Arturo Prat hoy en día), donde Arturo inicia sus estudios en la escuela de la Campana.

Fue un alumno con buena conducta, con excepción de las travesuras propias de la niñez. Su mayor dificultad eran las matemáticas, específicamente la aritmética. Por lo cual redobló sus esfuerzos y en el año 1856 obtuvo distinción en aritmética, geografía y religión. El 25 de agosto de 1858 dejó la escuela e ingresó a la Escuela Naval del Estado, (actual Escuela Naval Arturo Prat) haciendo beneficio de una beca otorgada por Manuel Montt Torres y bajo el apadrinamiento de Jacinto Chacón, su tío. Fue integrante del “curso de los héroes” junto con Luis Uribe Orrego, Carlos Condell de la Haza, Juan José Latorre y Jorge Montt Álvarez.


El primer año de estudio fue complicado, ya que reaparecieron sus dificultades con las matemáticas, pero al igual que antes logró sobreponerse y consiguió una medalla de plata. En su segundo año de estudios, inició el aprendizaje náutico y emprendió su primer viaje a bordo del vapor Independencia, aplicando maniobras de vela, aparejo, marinería y artillería. En enero de 1860 abordó la casi nueva Esmeralda por primera vez, donde aprendió maniobras de embarque, desembarque y simulacros de combate. En Julio de 1861 egresó de la Escuela Naval con la Primera Antigüedad y el grado de Guardiamarina sin examen y permaneció en la Esmeralda realizando viajes de práctica. El 21 de julio de 1864 rinde las pruebas teóricas y prácticas de forma destacada y pasa a ser Guardiamarina examinado.

En 1864 se inicia la guerra contra España, debido al deseo peninsular de ocupar las islas Chincha pertenecientes a Perú. La Esmeralda estaba alistada bajo el mando de Juan Williams Rebolledo, quien planteó la recuperación del vapor chileno Matías Cousiño y la captura de la goleta Covadonga, esta última es retenida en noviembre del año siguiente en el combate naval de Papudo. Gracias a la hazaña, todos los marineros fueron ascendidos en un grado, incluyendo a Prat, quien escaló a Teniente Segundo.


Luego de la guerra con España, Prat realizó números viajes en la Corbeta Esmeralda, entre los que destacan Isla de Pascua, Archipiélago Juan Fernández y Magallanes. En 1868 viaja a Perú con la misión de entregar ayuda humanitaria tras el terremoto y repatriar los restos de Bernardo O´Higgins según las órdenes de Manuel Blanco Encalada. Prat es ascendido a Teniente Primero y regresa a la Escuela Naval como instructor. En 1871 es nombrado Oficial Detall de la Esmeralda, por lo cual debe asumir diversos cargos dentro de la Escuela, tales como profesor, subdirector y director interino, por lo cual debe impartir los cursos de ordenanza naval, derecho, táctica naval y cosmografía. Cabe destacar su gran dedicación con la pedagogía, porque a falta de recursos él mismo traducía los libros del francés al español. Permaneció cuatro años a bordo de la Esmeralda en Mejillones, donde obtuvo el grado de Capitán de Corbeta.

En 1876 fue nombrado ayudante de la Gobernación Marítima de Valparaíso, debido a sus estudios de abogado. Estudios que inicio en 1870 tras egresar como alumno libre de Humanidades en el Liceo de Valparaíso y el Instituto Nacional. En 1871 consiguió el Diploma de bachillerato de Filosofía y Humanidades, requisitos para estudiar Derecho. Estudió en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile y el 31 de julio de 1876 se tituló como abogado. En diciembre de ese año ya ostentaba el Grado de Capitán de Fragata graduado y al año siguiente fue destinado a la Argentina en comisión de servicio.

Prat tenía una reservada relación de noviazgo con Carmela Carvajal, una huérfana de padre y madre. Al ser ascendido a Capitán de Corbeta, Prat decide pedir la mano de Carmela y el 5 mayo de 1873 contrajeron matrimonio en la Iglesia San Agustín de Valparaíso. Para Arturo Prat era muy importante su esposa y la llegada de su primogénita fue una gran alegría, así como también significó mucha tristeza su temprano fallecimiento. Pues la niña Carmela de la Concepción era de contextura débil por herencia. Posteriormente nació su hija Blanca Estela y su único hijo Arturo Héctor. Paradójicamente, Prat no estaba de acuerdo con el nombre del niño, ya que quería uno más heroico.


En 1878 fue trasladado a Montevideo con la finalidad de espiar los movimientos militares de Argentina, pues este país tenía intenciones de soberanía en la Patagonia. Tras entregar variados datos militares, Prat pidió su retorno a Chile, pues no se sentía del todo cómodo en el extranjero.

El 4 de mayo de 1879 el Capitán Arturo Prat se embarca en la Covadonga, que estaba fondeada en Valparaíso, con rumbo a Iquique. Por el costado de estribor, viajaba la Corbeta Abtao, que tenía mayor andar a máquina. Llegan el 7 a Iquique y fondean a un costado del Blanco Encalada, donde la escuadra chilena se preparaba para una incursión sorpresa al Callao, mientras realizaban ejercicios de vela y cañón. La Esmeralda y la Covadonga quedaron a cargo de la vigilancia del puerto.

La intención del Almirante Williams Rebolledo era atacar a la escuadra peruana con el grueso de la suya en el Callao, por lo cual partieron rumbo al norte, aunque sin llevar a los viejos y carcomidos barcos que siguieron resguardando las puertas de Iquique. Cabe destacar que el Capitán Prat había sido designado por el Almirante para quedar al mando de la Escuadrilla bloqueadora, conformada por la Esmeralda, la Covadonga y La Mar. Continuaron haciendo ejercicios.

A las 4:30 de la madrugada del 21 de mayo, alguien divisó una estela a las afueras de la ciudad y una hora y media más tarde, se perdió el rastro de dicha estela. Más tarde sabrían que aquel rastro era de los barcos peruanos, que aguardaban las primeras luces del día para atacar. Pues la escuadra peruana se había cruzado con la chilena sin que ninguna lo notara.

Finalmente, el vigía de la Covadonga logró divisar a los enemigos, que venían a bordo del formidable Huáscar y la Independencia. El Huáscar lanzó un cañonazo, el cual fue contestado por la Covadonga. Rápidamente, Prat señala las órdenes que consistían en “seguir mis aguas y cuidar los fondos”, pero la Covadonga en desobediencia militar se lanzó por entre las rocas al sur, buscando una salvación casi imposible, con la intención de dividir el combate y aprovechar las aguas bajas de esa zona. La Covadonga tuvo éxito, por cuanto pudo recuperar la punta sur de Iquique con los tripulantes ilesos. Sin embargo, en ese momento preciso, el Huáscar lanzó una bala que logro dañar en su base al palo trinquete, matando al cirujano Videla y al mozo de la cámara. Además de dejar abierto el costado de babor por donde comenzó a entrar el agua con riesgo de rápido hundimiento. El malogrado doctor recibió una bala en sus piernas y murió una hora y media después, hasta el final de su vida preguntaba quien había salido vencedor. No obstante, aún faltaba para finalizar el combate, ya que la mala puntería de los artilleros y rifleros peruanos, hicieron que se extendiera por cerca de cuatro horas, porque las balas no lograban tocar los buques chilenos, aun cuando la distancia no superaba la media milla.

Por su parte, Arturo Prat había dado ánimo a su tripulación antes del combate pronunciando su famosa arenga; “Muchachos, la contienda es desigual! Nunca nuestra bandera se ha arriado ante el enemigo, espero pues que no sea ésta la ocasión de hacerlo. Mientras yo esté vivo, esa bandera flameará en su lugar, y os aseguro que si muero, mis oficiales sabrán cumplir con su deber. ¡Viva Chile!”. Solo quedaba combatir con valor y en inferioridad, ya que los barcos peruanos superaban ampliamente a los chilenos. De esta forma, mientras la Independencia seguía a la Covadonga y a Lamar, el Huáscar atacaba a la Esmeralda.


En su camarote, Prat se viste con su uniforme de parada y guarda el retrato de su esposa junto con otros objetos personales. Sube rápidamente al puesto de mando y se posiciona a 200 metros de la costa, en un lugar que obligaba al Huáscar a disparar por elevación y no dañar al pueblo peruano reunido en la playa El Colorado. Desde este pueblo, el General Buendía advirtió a Grau sobre la presencia de torpedos rodeando a la Esmeralda, situación que no era cierta. Al temer la presencia de torpedos, Grau se detiene a 600 metros de la Esmeralda y dispara sin lograr impactar durante una hora y media, aunque la Esmeralda respondía acertadamente, no lograba dañar la coraza del Huáscar.

Los cañones peruanos en la costa comenzaron a bombardear a la Esmeralda, lo cual provocó una carnicería a bordo. Ante esto, Prat ordenó mover el buque, lo cual fue dificultoso debido a la destruida caldera. En ese momento, Grau se percató que no había torpedos rodeando a la Esmeralda y comienza nuevamente el ataque. A las cuatro horas de combate, Grau decidió espolonear a la Esmeralda, la cual no sufrió daño aparente, pero la oportunidad sirvió para que Prat gritara con espada en mano “¡Al abordaje muchachos!”. Lo escucha el Sargento Juan de Dios Aldea y ambos saltan junto con el marinero Arsenio Canave, quien cae al mar y trepa a cubierta donde finalmente muere.


La intención era avanzar en la cubierta y llegar a la torre de mando, en el camino muere el teniente peruano Jorge Velarde por un tiro, aparentemente, de Prat. Por otro lado, Aldea recibe una descarga de fusilería en su zona central y queda agónico sobre la cubierta. La tripulación peruana observa el coraje con desconcierto y Grau ordena la captura de Prat vivo. Finalmente, mientras Prat avanzaba hacia la torre, recibió un disparo en las rodillas y seguidamente un disparo o hachazo en la frente de parte del marinero peruano de apellido Portal.

rau realizó un segundo espolonazo por la proa e Ignacio Serrano repitió “¡Al abordaje!”, a lo cual le siguieron diez hombres, todos resultaron muertos a balazos a excepción de Serrano.

El tercer espolonazo en el centro de la nave, hizo que a las 12:10 de la tarde se hundiera irremediablemente la Esmeralda y junto con ella el pabellón chileno, el cual permaneció intacto hasta finalmente tocar agua.

Grau toma acta de los objetos personales de Prat y los devuelve a Carmela, junto con una carta donde le señala el gran valor de su esposo. Valor que más tarde motivaría a miles de chilenos para enlistarse y finalmente triunfar en la Guerra del Pacífico.

Solo nueve años después del Combate Naval de Iquique los restos de Arturo Prat y los demás tripulantes de la Esmeralda que habían muerto, tuvieron una sepultura con todos los honores, que se merecían. Durante la década de 1880 se escogió el lugar ubicado frente a la Intendencia de Valparaíso para el descanso final de los héroes. Las obras finalizaron en 1886.Sin embargo, solo el 21 de mayo de 1888 fueron sepultados definitivamente.Chile así recuerda a sus héroes de una jornada épica llena de heroísmo que trasciende fronteras y generaciones.

FJSU

Fuentes consultadas:

- J. Arturo Ollid A., Crónicas de Guerra, Relatos de un ex combatiente de la guerra del Pacífico y la Revolución de 1891.
- María Iturriaga, Carmela Carvajal Cartas de mi esposo.
- Rodrigo Fuenzalida, Vida de Arturo Prat.
- Gonzalo Vial, Arturo Prat.
- Gonzalo Bulnes, Guerra del Pacífico.
- Carlos López, Breve historia Naval de Chile.



LA FAMILIA DEL HEROE


Transcripción de “Arturo Prat” por Gonzalo Vial Correa.


Arturo Prat

Fue un hombre común que no quiso ser nada más. Partiendo la guerra, dijo al abogado con quien compartía oficina : “¿(Llegar a) Almirante? No, por cierto. En las campañas, la gloria es para los grandes, el sacrificio y el deber para los pequeños. Cumpliremos el nuestro. He ahí todo”. Pero el extremo en el ejercicio de “las virtudes del hombre privado”, Arturo Prat no pudo evitar la gloria… la gloria de convertirse en la más alta figura moral de nuestra historia.
Muy distintas sangres, actividades y vidas pretéritas confluyeron para formar la personalidad de Arturo Prat.

Los orígenes de los Prat


Los Prat son de origen catlán. Su pueblo natal es Santa Coloma de Farnés, situado hacia el interior de Sils. Es una zona montuosa y arbolada conocida como la “La Selva”. En Santa Coloma son muy comunes el apellido Prat, y la variante Prats. De nuestro héroe, se conoce hasta el bisabuelo, Isidoro Prat-Camps, hombre de campo sin mayor alcurnia, pero acomodado.

El tercero de sus cuatro hijos, Ignacio, fue comerciante ultramarino. El año 1811 lo hallaremos en Santiago… casándose. Contaba entonces alrededor de cuarenta años. Su mujer, Agustina Barril, era valdiviana, de padre y abuelos militares.

Dura vida llevó aquí Ignacio Prat. Dos de sus cuatro hijos murieron tempranamente. Comerciante “godo” (español peninsular), no le fue fácil permanecer y trabajar en Chile después de la Independencia: sufrió persecuciones y cárcel. Quizás por ellas emigraría a Lima. Pero caído el Virreinato, se repitieron, ahora en Perú, las hostilidades contra los “godos”, y Prat regresaría al “mal conocido”… para morir asesinado (La Serena, 1825).

Sus hijos sobrevivientes fueron Clara –una solterona piadosísima- y Agustín. Éste se casó con Rosario Chacón (1838) y fue varón de dolores. Un incendio destruiría su tienda de calle Estado. El matrimonio, en la ruina, se mudó a la remota hacienda San Agustín del Puñual, Ninhue, acogido por la generosidad del dueño, Andrés Chacón, hermano de doña Rosario. Agustín Prat le prestaba pequeños servicios de oficina. Nacieron rápidamente tres niños Prat Chacón… y todos murieron de apenas meses.

Después los hados parecerían benévolos por un instante: vinieron al mundo para sobrevivir Arturo, nuestro héroe (1848), y luego sucesivamente cuatro hermanos más.

Pero la copa de Agustín Prat Barril no estaba todavía llena. Junto con nacer su hijo Arturo, prendió aquí la fiebre del oro californiano y Andrés Chacón, el dueño de San Agustín de Puñual, dejó que lo tentara la aventura. Él y sus socios, los jóvenes José Manuel Moya y Rafael Sotomayor (futuro y célebre “ministro de campaña” de la Guerra del Pacífico) lo perdieron todo en ella. La hacienda fue vendida y los Prat Chacón volvieron a Santiago.

Para rematar la saga de desgracias, el padre enfermó de un mal muscular, progresivo e incurable, que lo fue paralizando hasta reducirlo permanentemente al lecho.

Dependerían por entero, hacia adelante, del apoyo de los Chacón. Pedro Chacón, padre de doña Rosario, era un personaje de la naciente política republicana. Enriquecido como comerciante santiaguino y del puerto, con propiedades en ambas ciudades, y además quillotanas, fue primero “patriota” (partidario de la independencia) furibundo, y después no menos furibundo “pipiolo” (liberal extremo).

Como patriota, en su tienda capitalina de la calle conocida como “Atravesada de la Compañía” (por la proximidad del templo que fuera jesuita) no se encuentran sólo tela y ropa, sino folletos revolucionarios. Iza el pabellón patrio para cada triunfo independentista… así la calle viene a llamarse Bandera. Es amigo de O´Higgins y San Martín, expatriado a Mendoza con la reconquista española y violento adversario de los Carreras. Contribuye ampliamente a la causa emancipadora, cada vez que el gobierno lo pide, y a otras obras de bien público. Cuando O´Higgins cuotea entre los vecinos pudientes de la capital un “empréstito forzoso” para la campaña libertadora del Perú, Chacón eleva motu proprio la suma que se le ha asignado y la declara donación, no préstamo.

Firme la independencia, Chacón, según adelantamos, será pipiolo –liberal ultraavanzado-, combatiendo al peluconismo en diarios que funda y financia, El Día, El Golpe. Salen irregularmente y son de extrema virulencia.

Don Pedro casó con una señora penquista, Concepción Barrios (o Del Barrio) Bustos de Lara, cuya familia materna -dueña de propiedades agrícolas, v. gr. San Agustín del Puñual- estaba arraigada por ambas ramas en la ciudad del Biobío desde comienzos del siglo XVII. Probablemente, por ende, esas ramas habían venido con el gobernador Ribera y eran de tradición militar.

Por el lado del padre, el apellido Barrios de doña Concepción es todavía más interesante, pues no hay tal Barrios. Era hija de Andrés Barri, que luego españolizaría su nombre, radicado en la capital de la frontera el año 1800, marino genovés que, utilizando su propia nave, El Carmen, comerciaba entre Chile y el Río de la Plata, vía Cabo de Hornos. Su mujer, Ángela Bustos de Lara –madre de doña Concepción y bisabuela de nuestro biografiado- , tenía tal temple, que acompañaba a su marido durante estos periplos. Él habría muerto ahogado el año 1815, ejercitando el corso contra los españoles.

Pedro Chacón falleció casi centenario y tuvo veinte hijos, de los cuales en 1879 quedaban nueve vivos. Él y doña Concepción fueron el dentro de una familia notable, alegre, vital, “aclanada” y solidaria.

La mujer de Jacinto Chacón –tío de Arturo Prat-, Rosario Orrego, quince años menor y de comentada belleza, lo excedía (si cabe) en originalidad. De un primer matrimonio tuvo a Luis Uribe, futuro compañero de gloria de Arturo Prat. Era novelista, poetisa, colaboradora y hasta directora de publicaciones literarias (La revista de Valparaíso). También espiritista, pero no del montón, sino médium…es decir, el iniciado o iniciada que establecía el contacto paranormal con el difunto.

Nuestro héroe fue, apreciaremos, un hombre de desbordante afectividad. Muy contados los Prat (ocho personas, nada más, llevaban el apellido en Chile, el año 1879), el matrimonio hizo que los Chacón prácticamente “engulleran” al joven marino. Él los amó y sirvió incesantemente, y ellos le devolvieron efecto y servicios en vida y, a su viuda e hijos, después de muerto.

Los Prat eran de fuerte y tradicional fe católica. Los Chacón, liberales, tenían una religiosidad muy débil, y heterodoxa por el espiritismo de, principalmente, don Jacinto y su mujer. Espiritismo que veremos, influyó profundamente sobre los Prat, pero sin que éstos dejaran de sentirse y practicar como católicos.

Ningún miembro de las dos familias, ni siquiera don Pedro, tuvo actuación directa de en partidos, elecciones o Congreso. Dos o tres de ellos, sin embargo, incluido al patriarca, hicieron periodismo político, generalmente de ideas, como escritores o editores.

¿A qué sector social pertenecían los Prat y Chacón? Es una interrogante de gran interés, que analizaremos al tratar a los Carvajal –la familia de la mujer de nuestro biografiado-, y referida también a ésta.

Primeros años

“Una infancia difícil, de niño pobre y físicamente débil, templó el cuerpo y el carácter de Arturo Prat y lo habilitó para inimaginables destinos.”

De la hacienda a la ciudad

Nació el héroe en la hacienda San Agustín del Puñual, Ninhue, al oriente de Quirihue (Ñuble), el 3 de abril de 1848.

Aún hoy es un lugar lejano, solemne, que rechaza más que acoger. ¡Cómo debió ser aquel entonces! La Armada ha reconstruido y remoblado con suma exactitud su clásica planta “colonial”: un piso, 3.000 metros cuadrados de superficie, gruesas murallas de adobes, techo de tejas, y corredores, desde los cuales se accede a las habitaciones y bodegas. Los corredores tienen ladrillos rojos, postes en pellín sobre bazas de piedra, y aleros de Colihue. Encierra el especio edificado, un huerto y un patio de naranjos. Los faldeos del vecino cerro Coiquén, llegan prácticamente hasta la casa misma, hoy estériles, entonces cerrado bosque nativo que poblaban choroyes cantarines.

La matrona recordaba haber sido un niño tan débil, que ni siquiera gritó al nacer. Aparentemente, seguiría el destino de sus tres hermanos muertos. Pero allí dio la madre, doña Rosario, la primera señal de su carácter valeroso y férreo. Aplicó a la criatura casi extinta las virtudes curativas del agua helada, sumergiéndola en ella invariablemente y diariamente, incluso cuando el niño –de quince meses de edad, y en el medio del invierno- navegaba de regreso hacia el centro del país, ya vendía hacienda.

Era la “hidropatía”, el método del granjero silesiano Vicent Priessnitz, publicado aquí por Jacinto Chacón -¿Quién si no?- y que su hermana había estudiado y aplicaría rigurosamente.

Arturo iría desarrollándose hasta alcanzar la plena normalidad física. Acogidos los Prat, como anticipamos, a la protección del abuelo, don Pedro, habitaron una extensa chacra santiaguina y suburbana de éste, adquirida quince años atrás. Mucho después sería llamada “de la Providencia” por las monjas de esta denominación y orden consagradas allí a atender niños huérfanos (y de las cuales el único) recuerdo in situ, si bien muy posterior, es la actual parroquia en la avenida del mismo nombre). Tenía sesenta cuadras cuadradas, casa, jardín, y hasta capilla. Para Arturo un paraíso, lugar de incontables y siempre nuevas aventuras, comprendidos pugilatos con otros muchachos y hasta ser atropellado (sin consecuencias) por un carruaje.

Era revoltoso pero, recordaría su madre, dócil y extremadamente unido a ella. Y a su padre, cada vez más enfermo, pero con quien conversaba horas para aclarar sus dudas… los innumerables “por qué” de un niño que crece y que don Agustín –sobreponiéndose al desánimo, decadencia física y dolor que lo iban acorralando ineluctablemente- procuraba responder.

Don Pedro vendió la chacra en 1854, y los Prat debieron mudarse a una pequeña vivienda en calle Nueva San Diego. ¿Cómo podría haber imaginado Arturo que después, para honrarlo, es calle sería bautizada con su nombre?

Llegó 1856 y el momento de iniciar la educación de Arturo Prat. Fue elegida una escuela cercana, tercera cuadra de la calle San Diego, conocida como “de la campana” por aquella que –desde una torre- llamaba a sus clases. Su director era una de los maestros más notables de nuestro siglo XIX, José Bernardo Suárez, cuya sabiduría, experiencia y artes pedagógicas, corrían parejas con su pobreza. Años más tarde, ya célebre pero igualmente pobre, le ofrecieron un alto y honroso puesto de la enseñanza nacional, ser miembro del Consejo de instrucción primaria: lo rechazó, aduciendo carecer de ropa adecuada para ejercerlo…

Allí estuvo Arturo Prat dos años. Fue de buena conducta, pero desconcentrado. Después logró atender mejor y subieron sus notas. Tenía buenos amigos, recordó más adelante su madre, pero también “una inclinación muy marcada al aislamiento y la reserva”. De sentirse atropellado en su integridad y derechos recurría a la fuerza, aunque comparativamente no lo favoreciera. Cuando dejó la escuela “de la campana”, el maestro Suárez resumió: “Aplicación, excelente; capacidad, buena; asistencia, constante; carácter, inmejorable”.

En la Armada

“La vocación de mar y guerra no vino en Arturo Prat de la sangre –salvo la de Barri, el genovés-, sino de la Escuela Naval y de la hazaña que, David contra Goliat, cumplió la Armada de Chile durante la guerra con España.”

Entraría a la Escuela Naval. Existen para ésta dos becas de provincia, que ha creado el Presidente Montt. Una favorece a Arturo Prat, otra, a Luis Uribe. Parece probable que ambas la haya obtenido Jacinto Chacón, la persona de la familia con mayores influencias. Se hace fotografiar el día que comienzan clases, junto a ambos muchachos.

Ingresa Prat el año 1858, para egresar el ’61 como “guardiamarina sin examinar”… y el más destacado de su promoción, “primera antigüedad”. No ha sido gratuita, debiendo vencer la dificultad de aprendizaje que ya lo perseguía en la escuela de la campana. Paralelamente, se ha sobrepuesto al débil estado físico de su nacimiento… la matrona de Ninhue se sorprendería si lo viese ahora, atleta consumado.

Aquella generación del ’61 será después llamada “el curso de los héroes”… los héroes del ’79. Junto a Prat y Luis Uribe –los hombres de Iquique-, Carlos Condell, el vencedor de Punta Gruesa; Juan José Latorre, el vengador de la Esmeralda en Angamos, y varias figuras más, menores sólo si comparadas con las que ya nombramos. Y un guardiamarina singular, Jorge Montt, cuya carrera –durante el conflicto del Pacífico- se ve paralizada por un duro diferendo personal con su Comandante en Jefe, el almirante Galvarino Riveros, pero que el año 1891 será cabeza de la escuadra revolucionaria, y luego Presidente de la República.

La formación del guardiamarina Prat ha comprendido la teoría y la práctica. Dentro de ésta, la vela el aparejo, y la marinería y artillería. Las dos últimas, a bordo de la corbeta Esmeralda. Prat ha encontrado por primera vez (1861) la nave de su destino.

Es entonces, todavía, una embarcación nueva (seis años), de construcción inglesa, 850 toneladas, casco de madera y aparejo de tres palos. Una máquina de 250 HP, de cuatro calderos –unidad al velamen-, puede llevar la velocidad de la corbeta a 7 u 8 millas por hora. Su artillería original: veinte cañones de 32 libras, y 2 de 12 libras.

El nombre recuerda la fragata homónima que Cochrane capturó en el Callao (1820), y su lema –“Gloria y Victoria”- es el de los equipos de abordajes que para ese fin creara lord Thomas.

La Guerra con España

El ’63, hallándose Arturo Prat a bordo, una jornada de niebla, la corbeta sufre grave avería al chocar con las rocas de Totoralillo. La superioridad decide repararla en los astilleros de Sacramento, San Francisco de California. Se halla lista para zarpar, cargada de carbón necesario, y nuestro héroe muy entusiasmado… pero no será Sacramento el lugar de destino, sino Huito, desolado varadero en la costa oeste de la isla Grande de Chiloé. Allí refaccionarán la Esmeralda.

¿Por qué Huito y no Sacramento?

Porque flota en el aire una posible guerra con España. No podemos explicarla (hasta donde tiene explicación) ni menos detallarla. Pero fue detonada por la Madre Patria y su flota ocupa las Chinchas, islas peruanas, ricas en guano de aves –abono agrícola escaso y de alto precio-, como respaldo a ciertas demandas que España hacía al Perú (abril de 1864).

Hay un movimiento colectivo de la diplomacia hispanoamericana para impedir la guerra y apoyar a los peruanos: es el Congreso Americano de Lima (septiembre de 1864). Motiva un singular viaje de la Esmeralda al Callao, llevando la delegación chilena. Tripulación y pasajeros parecen salir directamente de las páginas de nuestra historia: Manuel Montt, representante chileno al congreso; José Manuel Balmaceda, su secretario; Juan Williams Rebolledo, capitán de fragata y comandante de la corbeta; Arturo Prat, ascendido ya, ese propio año, a “guardiamarina examinado”.

Arrastrados por una vehemente y pasajera ola de entusiasmo americanista, los chilenos entramos al conflicto referido –complejamente ajeno- desplegando tal ímpetu, que a poco nos vimos en guerra declarada con España (septiembre de 1865). Guerra tan absurda, que un tiempo no muy breve estuvimos sólo nosotros y no el Perú.

Tampoco tenía destino, para ninguna de las partes. Para Chile, porque sus únicas naves de guerra eran la corbeta Esmeralda y un vapor civil, artillado, en malas condiciones: el Maipo. Mientras que en la flota española del Pacífico desplegaba siete unidades modernas, entre ellas el blindado Numancia. Pero ese poder marítimo no podía crear ninguna ventaja permanente a favor de su dueña: ni base, ni ocupación de territorio… nada.

Finalmente los españoles devolvieron las Chinchas y se retiraron de las costas pacíficas, intentando perpetrar, para venganza y memoria, dos inútiles barbaridades: destruir Valparaíso (31 de marzo de 1866) y el Callao (2 de mayo). Lo primero resultó fácil: el puerto carecía de defensas; fue arrasado. La fortaleza naval del Perú, en cambio, los rechazó, con centenares de muertos y heridos en ambos bandos, y sufriendo todos los barcos hispanos, excepto el Numancia, daños de consideración.

Fue dentro de ese cuadro general que la “escuadra” chilena –un solo barco propiamente de guerra- cumplió una serie de operaciones brillantes. Ellas, por desgracia, cooperaron a despertar en los marinos hispanos la furia homicida que vaciaron sobre Valparaíso.

Concluía 1865. Comandaba nuestras fuerzas y la Esmeralda Juan Williams. Prat formaba parte de la tripulación.

Williams dispuso que el Maipo, más rémora que ayuda para el caso de cualquier acción, se ocultara en los canales. Luego empezó a incursionar con la Esmeralda pro la costa haca el norte. Su esperanza era capturar alguna embarcación enemiga que viajara aislada.

Finalmente se dio la oportunidad el 26 de noviembre, a la cuadra de Papudo. La nave española era la goleta-cañonera Covadonga: casco de hierro, tres palos, 400 toneladas de desplazamiento, 5 cañones pequeños, edad y velocidad similares a su adversaria, obtenida la segunda mediante las velas y una maquinaria de 149 HP.

Entró así la Covadonga, también, a nuestra historia.

Ambos barcos tenían fondos y calderas en mal estado… mas eran peores los del español. La Esmeralda lo alcanzó y fue capturado, con cien prisioneros.

“A las 10 a.m. lo tuvimos a tiro de cañón; se le hizo fuego veinte minutos y arrió su bandera”, escribiría Arturo Prat a su madre (se hallaban presentes, también, Condell, Latorre, Jorge Montt…)

El comandante español intentó hundir su nave abriendo las válvulas, pero nuestra partida de abordaje subió a tiempo para que las cerrase el ingeniero norteamericano contratado por Chile, Eduardo Hyatt. Lo reencontraremos en Iquique a bordo de la Esmeralda.

Prat transbordó a la nave capturada, que quedó bajo el mando del capitán de navío Manuel Thomson. En ella participaría del resto de la guerra.

Tres días después de la captura de la Covadonga, el jefe de la expedición española, brigadier José Manuel Pareja, se suicidó de un pistoletazo. Lo reemplazó el comandante del blindado Numancia, Casto Méndez Núñez, quien los meses finales del ’65 e iniciales de ’66, intentó vengar la ofensa persiguiendo al enemigo por los canales del sur. Éste era ahora más poderoso –la escuadra chilenoperuana, seis naves propiamente de guerra- pero siempre inferior a la hispana.

Abtao. Un segundo encuentro tuvo lugar el 7 de febrero de 1866 en el fondeadero elegido por Williams, subjefe de la escuadra conjunta, para los barcos de ésta: el estuario de Chayahué, entre Chiloé Continental y la isla Abtao. Los españoles lo ubicaron pero –temerosos de encallar- no se atrevieron a utilizar ninguno de sus ingresos, ni la “boca del puerto” o principal, ni la “boca chica”. Sólo bombardearon nuestras naves a distancia, sin eficacia.

Fue la Covadonga la única que protagonizó un incidente singular durante el combate. La fragata hispana Blanca semivaró en la “boca chica”. Thomson inmediatamente situó su nave sobre la española, separadas sólo por los 500 ó 600 metros de un pequeño istmo (el lugar más estrecho de la isla Abtao), y la cañoneó “implacablemente” con la única pieza de artillería que tenía en estado de servir. La Blanca y luego la Villa de Madrid respondieron de igual manera, pero con sus noventa y seis cañones.

“Estábamos a descubierto …el fuego fue terrible, y… aunque no nos hizo daño… bien dirigido… porque eran tiros por elevación… bastante difíciles; sin embargo caían a dos o tres metros de nuestros costados… nos encontramos solos contra…las dos fragatas. Ya era una imprudencia exponernos por más tiempo, y nos retiramos haciendo virar”, narraría Arturo Prat a doña Rosario.

Thomson elogia su comportamiento sereno y valeroso en el combate.

Méndez Núñez pensó que el Numancia, empleando sus piezas de largo alcance, podría destruir a los barcos chileno-peruanos anclados en Chayahué sin entrar al estuario. Con el blindado y la Blanca volvió, por tanto, a los canales… para encontrar que Williams se había mudado de fondeadero, al de Huito, que veíamos arriba. Fortificando sus entradas de modo tal, que el jefe hispano no osó arriesgar el Numancia, retirándose de la zona –que le resultaba ya una pesadilla- por segunda vez.

Abandonada toda esperanza de una victoria que los reivindicase, los españoles decidieron, entonces, tomar venganza en el inerme Valparaíso, del modo dicho.

La guerra con España fue un hito para Arturo Prat. Le dio una experiencia de combate, que sacó a la luz sus grandes virtudes guerreras: la serenidad y el valor personal. Por otra parte, el mismo 26 de noviembre, el Senado unánime votó un grado de ascenso para todos los partícipes del combate de Papudo. Nuestro héroe devino teniente segundo.

Matrimonio, Paternidad y tragedia

“Un amor gigantesco y eterno invadió la vida de Arturo Prat, trayéndole alegrías innumerables, pero también un dolor sin posible cura.”

El encuentro con el amor

El 26 de noviembre de 1867, segundo aniversario de papudo, Prat recibía una pequeña tarjeta y sobre afiligranados, muy elegantes, que han llegado hasta hoy, con el mensaje que sigue:

“Señor don Arturo Prat. Vencedor de la Covadonga. Felicidad”.

El nombre dela remitente se hallaba impreso:

“Carmela Carvajal”.

Tenía 16 años (y el destinatario, 19). Huérfana de padre y madre, su hermano y tutor José Jesús Carvajal era casado con Concepción (Conchita) Chacón, hija del patriarca don Pedro y hermana de doña Rosario, la madre de Arturo Prat.

Éste y Carmela se conocieron en las alegres e informales tertulias que tenían por escenario, dos veces a la semana, la casaquinta de don Pedro.

Allí cambiaron apenas unas palabras, y Carmela le aceptaba breves y apasionadas misivas, que llevó consigo hasta su último día. Prat nada decía a otros del tema, ni toleraba al respecto insinuaciones. Ya que, en su seriedad sobrehumana, temía comprometer a Carmela hablando de un matrimonio que económicamente le era aún imposible. Ella tampoco tocaba el tema. Pues, alta, de hermoso rostro y cuerpo y alegre, tenía también un carácter serio y reservado. Pero entre ambos nació de inmediato un compromiso total y definitivo. Dos décadas después, al recibir inesperadamente desde el Perú una fotografía de Arturo Prat en su adolescencia, doña Carmela respondió a quien se la enviaba, diciéndole haber llorado con el recuerdo de “una época muy feliz de mi vida: el principio de nuestro tímido afecto de niños, que llegó a ser el único cariño de toda nuestra existencia”.

Para él fue relativamente breve… los años de noviazgo y los que duraría el matrimonio. Ella añadiría una interminable soledad posterior, por medio siglo cumplido de viudez, soportada únicamente por la certeza plena e inconmovible de un reencuentro querido y predeterminado por la Providencia: “Sólo Dios misericordioso podrá devolverme más tarde al elegido de mi corazón, ya que la muerte es una larga y dolorosa ausencia, pero no una eterna separación”.

Paralela a su noviazgo, avanza la carrera naval de Arturo Prat. El 12 de febrero de 1873 asciende a capitán de corbeta graduado. Nueve días antes, había muerto el padre del héroe, arrancándole un grito desgarrador de amor filial.

Es el momento de formalizar su relación con Carmela. El 5 de mayo, lo presencia la iglesia porteña del Espíritu Santo o de San Agustín. La luna de miel trascurre en Quillota, más unos días de paso por las Termas de Cauquenes. El 9 de julio el novio ya está embarcado con destino a Mejillones, donde debe reincorporarse a la Esmeralda.

La pérdida de la primogénita

Las “estaciones” en ese puerto boliviano, que podían durar meses, eran verdaderas pesadillas para los oficiales de marina. Su objeto: proteger, fundamentalmente por presencia, las actividades económicas de chilenos contra posibles actos arbitrarios –o que considerásemos tales- de autoridades altiplánicas.

Durante la “estación” post matrimonio, 1873, sabe Prat que su mujer se halla embarazada. Regresa a tiempo para el nacimiento de su primogénita, Carmela de la Concepción: 5 de marzo de 1874. Pero una nueva “estación”, la de este último año, lo separa de madre e hija. Sus cartas a Carmela desde Mejillones están llenas de referencias a la niñita. La salud de la hija ha sido siempre débil, va empeorando y llega al desenlace fatal en diciembre de 1874, durante la ausencia de Arturo Prat.

La “estación” ha concluido, más se atrasa el Abtao, que debe llevar a Prat de regreso. Una última carta de Carmela es un grito de desesperanza: “Arturo de mi corazón, nuestro querido angelito sigue mal, muy mal: siento que mi corazón desfallece de dolor y tú no estás para sostenerlo… si te fuera posible venirte, sería mi único consuelo. No desesperes mi bien, piensa en tu infeliz Carmela”.

Él, que por fin puede embarcar en el Abtao, contesta de inmediato: “No desespero, Dios salvará nuestro primer hijo, el fruto de nuestro amor, nuestra adorada hijita”. Y concluye desgarradoramente: “Dios nos tenga en su mano”.

Pero ya entonces la niña había muerto.

La luz finalmente se extingue al recibir Arturo Prat, en algún puerto intermedio, un enlutado pésame de Juan José Latorre.


LA SIGNIFICACION NACIONAL DEL COMBATE DE IQUIQUE

(“El Ferrocarril de Lunes”, 30 de junio de 1879)

“….La demora es favorable al enemigo.
Lo urgente es adelantarse al arribo de
nuevos elementos para el enemigo”.
(Moisés Vargas. Editorial del BOLETIN DE LA
GUERRA DEL PACIFICO del 22 de abril).

I

Un largo mes ha corrido desde que un puñado de marinos acaudillados por inmortal mancebo, consumaron en las aguas de Iquique la hazaña de mayor renombre que registrarán unidas la historia y la leyenda del Pacífico; y todavía no se apaga en el noble pecho del chileno la candente emoción, ni el clamor de aplauso, ni el llanto irresistible que el hecho, los héroes y sus mártires despertaron.

¿Cuál corazón no se ha sentido, a la verdad, intensamente conmovido? ¿Quién no ha llorado? ¿Quién no ha ocurrido dos veces al templo a entonar las alabanzas de la gratitud y a escuchar las plegarias de los sacerdotes sobre los manes de los que cayeron en la titánica y desigual batalla? ¿Ni quién, por último, ha excusado depositar en el altar de la Patria en peligro, la ofrenda, crecida o humilde, de su admiración para eternizar ésta en los atributos humanos de la inmortalidad?

Han ofrecido los unos el granito del pedestal de los héroes, los otros han obsequiado el bronce, las mujeres su oro, los niños su óbolo, los que nada tienen, su idea o su entusiasmo; y así, el monumento de Prat ha sido la obra exclusiva del pueblo en el espacio escaso de treinta días, cuando antes en este país, de suyo moroso aun ante la gloria, habría sido obra de años y de auxilios solicitados para consagrar los mármoles en que hoy están inscritos los nombres de todos nuestros grandes capitanes.

Las sombras de los inmolados de Iquique deben sentirse, por tanto, satisfechas.

Justicia cumplida les ha sido tributada, y ahora hácese sentir únicamente la ausencia de la acción del gobierno en la alta recompensa de los gloriosos muertos después de la apoteosis ofrecida a los vivos. Tiénese entendido, sin embargo, que esa tardanza se explica por detalles técnicos que no será largo ni tedioso obviar.

II

Pero ejecutado de esa manera espléndida y espontánea el deber del pueblo, cabe cerrar ahora por una pausa, el libro de la gloria a fin de darnos y dar cuenta del significado moral y nacional que atribuímos al combate de Iquique.

Desvanecido el humo de las baterías, apagado el estrépito del bronce, recogidos en prestada fosa los cadáveres, es empresa útil, para valorizar la acción consumada, estudiar los resortes morales que han dado impulso a los corazones de los combatientes, aun después que su destrozada nave, rotos sus tubos de vapor, manteníase inmóvil y heroica delante del monstruo invulnerable que la atacaba.

La contienda marítima de Iquique no es sólo un combate, es una iniciativa: no sólo es una gloria americana, es una lección nacional para todos los chilenos, pueblo y gobierno.

III

Estudiémosla a fin de que podamos aprenderla y en seguida, usufructuarla.

Aquellos jóvenes, ninguno de los cuales ha cumplido la edad señalada a la medianía de la vida por un augusto martirio, no han tenido participación alguna en la declaración de guerra, ni en las causas que la han provocado, ni en los intereses puestos en conflicto. Son simples soldados llamados por la voz de la Patria al puesto del deber y del peligro, y allí están serenos para cumplirlo y arrostrarlo. Nada más.

−Aquí os quedareis en vuestros viejos barcos, les dice su Jefe, que se aleja en aventurera expedición de asaltos y batallas; y los dos juveniles capitanes limítanse a alzar su copa en congratulación fraternal a los que parten y de obediencia silenciosa al superior que les enclava en ingloriosa arena.

−Os confío la guardia del puerto y la bandera, les ha dicho otra vez el Almirante, al hacer rumbo al Callao; y al amanecer del memorable 21 de mayo, cuando el tenue cortinaje de la noche tropical dá paso a la luz, los dos sublimes centinelas, como el centurión de Pompeya en su garita, están en sus puestos, el uno guardando la entrada del puerto, el otro montando la guardia al frente de la ciudad bloqueada.

Avistan a esa hora el lejano humo enemigo. La fuga es posible, la salvación necesaria. Pero ésa no es la consigna recibida, y entonces los dos capitanes, reunidos al disparo de un cañón, hacen militarmente rumbo hacia el enemigo para completar el reconocimiento.

Colúmbrase ya claramente las más poderosas naves enemigas en el despejado horizonte, con todas sus señales de combate enarboladas; pero sobre el puente de los más débiles esquifes de nuestra marina, ningún rostro palidece, ningún alma flaquea, ningún brazo desfallece.

El mozo sublime, que manda en jefe y que en esos días y en esas aguas había cumplido apenas 31 años, atiende a todos los aprestos con calma previsora, con voz serena, y mientras se iza al tope la más vistosa bandera, se cargan los cañones y “almuerza la gente”. ─Sigue después, de borda a borda, un diálogo corto y sublime que ya todos conocen.

Rompe en seguida el enemigo los fuegos, y al estallar la primera bomba entre los dos barquichuelos al habla, el grito de ¡“Viva Chile”! hace eco a su infernal silbido en el espacio.

Y todo esto se hace con calma imperturbable, con el reposo del deber en la rutina cuotidiana, con la destreza de una maniobra de aparejo, con el claro concepto del que manda en la parada. Abrígase, en consecuencia, la vieja capitana sobre la costa, encima del pueblo, y la goleta se sitúa sobre la isla, al pie del faro. El tercer consorte, un vapor de comercio y desarmado, ha recibido fría pero oportunamente la orden de salvarse, y se ha salvado.

No se ha descuidado un solo detalle, ni siquiera el de la magnánima arenga de combate. El¡Ven a tomarlas! de Leonidas se ha escuchado sobre el puente de la Esmeralda al relucir de las espadas; y al concluir el mozo espartano, ha gritado otra vez ¡Viva Chile!descubriéndose la tranquila, ancha y radiosa frente.

Tal es la síntesis del combate, al comenzar.

IV

Ocúrrese entonces pensar, delante de todo esto, que en la batalla de Iquique no sólo reluce el indómito valor ─ prenda antigua y nunca desmentida del chileno ─ porque hay un principio más alto, un sentimiento más intenso, una luz dominadora y superior como la de los astros fijos, que ha dado impulso y guía a aquella resolución incomparable, pareja, uniforme, inalterable, idéntica antes de la batalla, al estallar la batalla, en medio de su hórrido fragor que ha durado cuatro horas, en su terrible acabo que no ha durado sino un minuto.

Y ese algo que se adelanta como concepción moral al fallo de la historia, como la luz de los faros a la entrada del puerto, fórmalo la alianza sencilla y a la vez sublime de estos dos grandes sentimientos de la época: ─ el deber y el amor a la Patria.

He aquí el carácter moral, la definición verdaderamente nacional del combate de Iquique. Y por esto hemos dicho que su fama no ha venido a Chile sólo como un resplandor, sino como una enseñanza.

Y aquí ha llegado el momento psicológico, según la frase célebre del canciller Bismark, de hacerse a si mismo esta pregunta:

I.─¿Háse manifestado hasta aquí el país preparado para recibir esa lección? ¿Se ha mostrado digno de recibirla? ¿Hállase pronto para aprovecharla?

II.─Y su Gobierno, los conductores oficiales de esta guerra improvisada, ¿hánse mostrado a la altura de la situación respecto del pueblo, del soldado, de la guerra misma?

No necesitamos hacer esfuerzo de franqueza para solucionar una y otra de esas graves preguntas de nuestra actualidad, porque para eso, y nada más que para eso, voluntariamente escribimos. Y desde luego declaramos que en pocas épocas, si en alguna, mostróse Chile, como país y como pueblo, a la altura de mayores ni más generosos sacrificios. Hombres, voluntades, dinero sin tasa en medio de evidente penuria, esfuerzo simultáneo en todas las clases sociales, desde el labriego que va a morir hasta la noble matrona que convierte su casa en taller y su alcoba en plegaria, todo ha sido ofrecido con apresuramiento pocas veces visto; desenterrándose del surco hasta el último sobrante de la legumbre, −pan cuotidiano del labrador a la puerta de su rancho− y depositándose sobre del mármol suntuoso de los bancos las ofrendas opíparas que reemplazan al oro y a las piedras preciosas.

Eso ha hecho el país con alegría, con desprendimiento, con incansable buena voluntad, y sigue haciendo todavía hasta en sus últimos confines, en sus más humildes aldeas y desoladas campañas.

El país se ha mostrado, por tanto, a la altura del resorte moral que agitó los corazones de sus hijos en Iquique, al pie de su bandera “¡qué no ha sido jamás arriada!”.

VI

Pero, ¿no es dable, en justicia, decir otro tanto de los que hasta aquí han conducido oficialmente la guerra?

Harto y sinceramente quisiéramos apresurarnos a estampar aquí un fallo de plena absolución. Pero el deber de patriótica imparcialidad que nos guía, nos lo impide.

¿Condenamos por esto? Tampoco habría en ello justicia ni equidad siquiera, y por lo mismo dejamos sentado el problema y dejamos venir su solución con espíritu sereno y ánimo completamente desapasionado, no oscurecido siquiera por el vapor de ajenas y dolorosas luchas.

Hállase, en efecto, pendiente en este preciso momento esa solución, que por tan largo tiempo y tan pacientemente aguarda el país. Un emisario responsable y alto ha partido, y no habría ni lealtad ni patriotismo en no dejar a su acción el plazo justo en que debe comenzar y llevarse a cabo como salvadora iniciativa.

Pero mientras ese momento llega, nos será lícito fijar como simples precedentes una serie corta de hechos ya consumados que a nuestro juicio constituyen otros tantos errores de concepto y de aplicación, y que por lo mismo conviene fijar, si más no sea que como humildes postes miliarios de la ruta, destinados a evitar dolorosos extravíos en la futura y ardua jornada.

VII

Cuatro cansados meses van corridos desde que el 14 de febrero iniciamos de hecho la presente guerra, tomando posesión del territorio boliviano por la fuerza de las armas y arriando la bandera que allí flotaba como emblema de nacionalidad. Nosotros mismos despedimos la 2.ª División de ocupación a bordo del Limarí, el 24 de aquel propio y ya lejano mes. Y aquí es preciso declarar que hubo en los principios de la campaña una laudable celeridad, y el recto concepto (a nuestro juicio circunstancia capital) de la importancia de la iniciativa enérgica, siempre provechosa en este género de acontecimientos.

Pero al primer esfuerzo sucedió fatal sopor. Sólo 40 días después de la captura de Antofagasta avansóse una cabeza de columna a la raya estratégica del Loa, defendida con mosquetes y trabucos de la era colonial y de la independencia (que hemos visto), y ocupóse a Calama el 23 de marzo, perdiéndose, por la no excusada tardanza, preciosas vidas.

Primera sombra de la campaña, o más bien, de su concepción general y de su espíritu, cuyo análisis es el que nosotros perseguimos en este artículo, no como tácticos ni siquiera como críticos, sino simplemente como hombres de mediana razón y patriotismo.

Pero, al mismo tiempo, cometióse el error más grave y todavía persistente de dejar en poder del enemigo terrestre en posesión de San Pedro de Atacama, capital mediterránea del Desierto, como Antofagasta lo era de su litoral, centro de recursos y de movilización porque es un comercio de mulas y de forrajes, llave de la comunicación con la República Argentina, puerta y ruta tradicional para el aprovisionamiento terrestre de Iquique y de las caletas guaneras situadas entre el Loa y el río de Arica.

El abandono militar de las líneas naturales de estrategia fué, por tanto la primera y grave falta de dirección superior durante los dos primeros meses de la guerra, y, en cierta manera, continúa siéndolo todavía.

VIII

Pero queremos conceder que el puerto de Antofagasta, con su mal surgidero y peligrosa barra, rodeado su anfiteatro por altas colinas que convierten su asiento en un “verdadero horno”, según la expresión de uno de nuestros generales, y que no ofrece paraje alguno adecuado para establecer un campo de maniobras y de movimientos combinados de batalla, suficiente siquiera para una división; queremos conceder, decíamos, que esa ciudad, provista de abundantes recursos de boca y rancho, hubiese sido centro natural de las operaciones, “la cabeza de la línea”, mientras estuvimos empeñados en una guerra mediterránea y de flanco con Bolivia.

Pero desde el 2 de abril, (hace ya cerca de tres meses), cuando enviamos sus pasaportes al enviado Plenipotenciario del Perú, que durante largo tiempo (otro mes cabal, del 4 de marzo al 4 de abril), estuvo engañándonos con gasto de sombrero y de sonrisas, la línea de operaciones sufría un trastorno radical, al cual no nos hemos todavía, ni con mucho, amoldado. Segunda y enorme falta de previsión diplomática a la vez que guerrera.

Verdad es que en la misma noche en que el señor de Lavalle salía por el tren casi furtivamente de Santiago, hacíase a la mar nuestra escuadra desde su apostadero provisorio de Antofagasta, y a las dos y media de la tarde del día 5 de abril, el mismo bizarro oficial que hoy reposa en tosco ataúd en su cementerio de arena, notificaba al Prefecto de Iquique, junto con el bloqueo del puerto, la ruptura general de las hostilidades.

Mas, ¿era Iquique un puerto verdaderamente estratégico en sí mismo y con relación a su comarca en el mapa del Perú? ¿Hállase ese pueblo, de vida completamente artificial y aislada, a la cabeza de un valle feraz, como Arica, o se comunica por un ferrocarril con un centro de recursos, como Ilo y Pacocha con Moquegua, y Mollendo o Islay con Arequipa? ¿Ofrece siquiera las ventajas de un desembarcadero para abrir una campaña rápida y provechosa, como Pisco fuélo para San Martín en 1820 y Ancón para Bulnes en 1838?

Y si a ninguna puerta del interior da paso posible aquella agria garganta, y si, lo que es todavía más grave, por las condiciones de su organización puede abastecerse por tierra como plaza industrial y como plaza de guerra, ¿a qué conducía entonces su largo, infructuoso e inglorioso bloqueo?

IX

¿O ignorábase todo a bordo del buque almirante o a bordo de la Moneda, este portón de piedra de nuestra tarda vida administrativa?

Cuarenta largos días estuvieron estacionadas allí nuestras naves (del 13 de abril al 16 de mayo), y no se produjo un solo hecho que revelara, militarmente hablando, la justificación de aquel pasado y engorroso procedimiento. Al contrario, y lo que parecería hoy inverosímil si no fuese un hecho perfectamente comprobado, mientras se aseguraba por rumores que la gruesa guarnición de Iquique, aumentada, atolondradamente a nuestro juicio, hasta un número excesivo, se moría de hambre y de sed, marchaba a ese mismo sitio y sus contornos la división boliviana del general Villegas, fuerte de dos mil hombres; y todavía, la primera medida que tomaba el general Prado, director general de la guerra, al desembarcar en Arica el 20 de mayo y al saber que el bloqueo había sido levantado el 21, era mandar el 22 otro batallón boliviano (el Olañeta) a todo escape a Pisagua, en el Oroya.

¿Qué resultado práctico había producido, entre tanto, el largo y dispendioso bloqueo de Iquique, que nos obligaba a mantener toda nuestra escuadra permanentemente sobre su máquina, mientras que la del Perú se reparaba tranquilamente bajo los cañones del Callao? ¿Cómo se producían la escasez y el hambre en el desierto, cuando en vez de echar afuera las “bocas inútiles”, llegaban de todas partes nuevos consumidores a la plaza bloqueada? Pecábase así aun contra el diccionario de la lengua, que define el bloqueo, como “un asedio que se pone a un puesto fortificado, ocupando los pasos, contornos, alrededores y cercanías para impedir que se introduzcan víveres, municiones y refuerzos”.

X

El bloqueo de Iquique ─asedio nominal, “bloqueo de papel”, como lo llama el derecho de gentes─ fué el tercer error grave de la campaña y el mayor de todos, porque ese, evidentemente, no debió ser, desde el primer día, el objetivo de las operaciones, a no ser que la presente guerra sea, como muchas han sido, guerra de salitre contra salitre, pailas de cocimiento del litoral boliviano contra pailas de cocimiento en el litoral peruano, la Pampa de Salinas contra la Pampa del Tamarugal, Antofagasta contra Iquique.

Y si no ese, ¿cuál debió ser el punto inicial de la campaña contra el Perú?

No seremos nosotros los que hagamos intrusa indicación de lo que a otros corresponde por profesión y responsabilidad. Pero, en cambio, no tenemos embarazo alguno en recordar que en ninguna guerra o conmoción civil que haya tenido por teatro el vasto territorio del Perú, ningún general, o caudillejo siquiera, escogió jamás el puerto de Iquique como punto de partida para sus operaciones. San Martín ocupó sólo a Pisco y a Huacho, Blanco Encalada desembarcó en Islay, Bulnes en Ancón, Pinto y Benavente en Arica, Miller en Sama, como Vivanco buscó siempre el apostadero del Callao y hasta Piérola el de Ilo. Sólo al mariscal Castilla ocurriósele, en su briosa senectud, montar a caballo en la Pampa del Tamarugal, especie de mar interior petrificado, para ir a morir, petrificado él a su vez, en la segunda jornada, en Tilivichi.

Verdad es que el bravo almirante Williams declaró en su notificación de bloqueo al Prefecto de Iquique el 5 de abril, que ponía aquel asedio marítimo sólo como “medida estratégica” para obligar a la escuadra enemiga a dejar su abrigo del Callao. Pero ¿cuál demostración más evidente de que aun ese plan era una ilusión y una falta, como la de que habiendo ido al fin de cuarenta días a buscarla él mismo en aquella rada, con dolorosísimos sacrificios, ni allí mismo la halló?

Entre tanto, estaba visto, demostrado y aun anunciado en claras letras de molde en los diarios de Santiago, que la única guerra marítima que nos haría el Perú sería la de “emboscada”.

¿Y era acaso por esto que nosotros le respondíamos con guerra de bloqueos?

Iquique no corresponde a ninguna parte vital del organismo del Perú, porque no era siquiera su arca de escudos. Era tal vez la parte menos noble de su cuerpo, que ninguna arma dura cubría durante el primer mes de la contienda, y nosotros, desdeñando su corazón y su cerebro, nos quedamos allí al ancla, calentando nuestros fierros y permitiendo al adversario ceñirse en todas partes la coraza.

XI

Y ¡Cuidado! ─que en las guerras modernas─ guerras a vapor y en ferrocarril ─ todo depende, como en la dirección del proyectil en el cañón rayado, del movimiento inicial.

Testimonios amplios de esta verdad ya consagrada, dan una a una todas las últimas grandes guerras de la Europa continental.

En la de Italia, en 1859, sobró el tiempo que nosotros hemos empleado en acuartelarnos en Antofagasta, para hacer la campaña completa y victoriosa desde Palestro a Solferino, desde París a Villafranca, conforme a estas sencillas fechas y victorias: Declaración de guerra, abril 23 de 1859; Montebello, primer encuentro de vanguardias, junio 21; es decir, un mes después de rotas las hostilidades; Magenta, primera gran batalla campal, 4 de junio; Solferino, segunda y última gran batalla, junio 24; paz de Villafranca, 11 de julio. Total completo, dos meses y 20 días!

XII

¿Y cuánto duró la gran campaña franco-prusiana de 1870, cuyos objetivos eran respectivamente Berlín y París? Fué un mes más corta que aquella.

Declarada la guerra el 14 de julio, el hoy príncipe imperial de Alemania arrolla la vanguardia de Mac-Mahón en Wisemburgo el 2 de agosto, y el 4 a Mac-Mahón mismo y a Frossard en las dos batallas campales y simultáneas de Wörth y de Forbach; y en seguida, todos los cuerpos de ejército unidos marchan sobre Gravelotte y Sedán (agosto 14 y setiembre 1.°) y vencedores en todas partes, rodean a París con una cintura de cañones el 18 de setiembre, cuarenta y seisdías después de disparado el primer cañonazo en las fronteras.

Y la campaña de Sadowa entre la Prusia y Austria, ¿por cuánto tiempo prolongóse en 1866? ─ Una semana, y a tal punto, que apenas hubo tiempo de quemar pólvora; por término medio, los prusianos vencedores no dispararon sino siete tiros por plaza durante toda la campaña.

XIII

Y fíjese la atención en que la fortuna y el éxito definitivo han estado en todas estas guerras con el que han acometido primero, con el que han alcanzado el primer acierto, con el que más rápidamente ha impartido al proyectil el movimiento inicial, cumpliéndose así en todas sus partes aquel sabio refrán de nuestro pueblo, de suyo batallador, que dice: “El que pega primero, pega dos veces”.

XIV

Y esa rapidez de acción que alaban y admiran todos los estratégicos de Europa, era la misma que pusieron en juego, con reducidos medios, sin ferrocarriles y sin vapor, sin telégrafo y sin los millones del papel-moneda, nuestros antiguos capitanes. San Martín partió de Valparaíso el 20 de agosto de 1820; el 8 de setiembre desembarcaba en Pisco; el 22 de ese mes despachaba al general Arenales con una división que levantaría en armas el corazón del Perú; y a fines de octubre desembarcaba otra vez en Huacho y asediaba a Lima por el Norte, mientras Lord Cochrane zafaba del Callao, con un agarrón heróico de su ruda mano, laEsmeralda, el 5 de noviembre. ¡Tres meses y medio de campaña, y ya la campaña estaba virtualmente terminada!. En toda guerra hay dos clases de pólvora: la de los fusiles y la del espíritu. ¿Tendríamos nosotros, por ventura, la última mojada en la cartuchera?

Igual y aun más rápida hízose la campaña de 1838; porque, desembarcado el Ejército en Ancón el 9 de agosto, entraba a tambor batiente y jugando el cañón, por la Portada de Guías el 21 de este mismo mes (doce días) a la ciudad de Lima, a cuya posesión era dirigida exclusivamente la guerra.

XV

Sobran en realidad los ejemplos y aun podrían multiplicarse sin salir del suelo americano; porque, sin ir más lejos que el gran capitán de este Continente, don José de San Martín, pasaba éste la cuesta de Chacabuco el 12 de enero (de febrero) de 1817, ésto es un mes cabal después de la batalla de ese nombre, que allí librara para ir y volver de Buenos Aires con el plan acordado de nuevas campañas el 11 de marzo (apenas dos meses, y mil leguas); y en seguida volvía atravesar a galope los Andes y las Pampas, dos semanas después de Maipo, para ir a concertar otras campañas que importaban la redención definitiva del Nuevo mundo.

¡Tales eran esos hombres y esas épocas de pobres e ignorantes colonos!

Nosotros no queremos, sin embargo, por ahora, llamar la atención del país y del Gobierno sino a un solo ejemplo nacional y moral, ─ el que nos han dado a todos, pueblo y Gobierno, los sublimes combatientes de Iquique.

Y téngase esto que decimos, muy presente, porque la hora de la acción y del fallo se acercan juntamente, y porque si el combate mil veces glorioso del 21 de mayo de 1879 no ha de ser para Chile una grande y urgente lección, tememos mucho que no sea sino un doloroso e irreparable castigo.

B. Vicuña Mackenna.

Santiago, junio 27 de 1879.

“El Nuevo Ferrocarril” de 30 de junio de 1879.


Arturo Prat: Facetas desconocidas

Autor: Álvaro Góngora E. Director Escuela de Historia-Cidoc, Universidad Finis Terrae.

Recordando a nuestro héroe -quizás el más grande que exhibe la historia patria-, surgen sus varios intereses y aficiones, tanto intelectuales, espirituales y hasta podrían ser manuales.

Tocante a ideas políticas, por ejemplo, contextualizadas en el siglo que le correspondió vivir, cabe destacar que adhirió al ideario liberal, pero con moderación, alejándose de su línea más ortodoxa, incluso asumiendo un pensamiento independiente. No es seguro, pero es perfectamente posible haya sido partidario del sistema parlamentario y por lo mismo asignaba al congresista un papel fundamental en la marcha de la nación. Sin embargo, con matices propios.

Como había, entonces, quienes se oponían a la “compatibilidad parlamentaria” (ser funcionario público y miembro de las cámaras) el sostenía una posición que contrariaba el anti-presidencialismo que comenzaba a predominar entre la clase política más liberal.

Advertía al respecto que “los hombres de valor, que son pocos, si ocupan puestos administrativos (exclusivamente, se entiende), se ven alejados de los cuerpos legislativos en que podrían ser útiles al país”. De lo que se desprende que abogaba por un parlamento constituido por personas de altas calificaciones.

Un tema que conoció más cabalmente fue el sistema electoral, pues su memoria de prueba para recibirse de abogado versó sobre la ley electoral aprobada en 1874. Hace un análisis completo en ella, con un apoyo resuelto a “la libertad del voto” y eliminación del “sufragio censitario”, existente desde hacía más de cuarenta años, y también de la necesidad y beneficio de la “representación de las minorías” del segmento dirigente, se comprenderá. Si bien estuvo de acuerdo con el fondo del texto, sugirió hacerle importantes reformas en aspectos relativos a su reglamentación.

Como campeaban las ideas liberales en materia económica, obra de los “liberalísimos” discípulos nacionales de Courcelle Seneuil -economista y académico francés-, Prat expresó su parecer epistolarmente. Fue un convencido que el llamado “librecambismo” -como se sindicaba al modelo- solo era factible de aplicar en ciertas sociedades. Sin embargo, en aquellas en “ciernes… pueblos en su vida infantil” se requería la “protección de la nodriza” para desenvolverse regularmente y sin peligros. Incluso, mostró clara afección por las ideas del economista estadounidense henry Carey, autor del Tratado de Ciencia Social -libro que seguro conoció el héroe-, el cual afirmó la conveniencia del proteccionismo para estimular el desarrollo industrial de países con economías aún primarias.


Prat: El Hombre

LAS VIRTUDES DEL HÉROE

¿Cómo acercarse a un Prat olímpico y otorgarle un perfil y un cariz más cercano, que permita en nuestro Chile de hoy, constituirle en un guía para las generaciones presentes y futuras?

Tomando como modelo la figura y personalidad del Comandante Prat, permítanme proponer entonces una pauta que nos facilite, o al menos advierta, como intentar ser un “héroe de las cosas sencillas”. Me he permitido simplemente denominarlas las “vocales éticas de la hache”(1) ya que ellas exaltan ciertas cualidades que defino cardinales: “hacedor”, “heroico”, “hidalgo”, “honrado” y “humilde”.

HACEDOR, HEROICO,
HIDALGO, HONRADO Y HUMILDE 

Extractos del discurso del 21 de mayo del 2007, pronunciado por el entonces Comandante en Jefe de la Tercera Zona Naval, Contralmirante Sr. Edmundo González Robles, hoy Almirante y Comandante en Jefe de La Armada. 


HACEDOR

Aquél que ejecuta, que no le teme al hacer. (1)

Prat fue sin duda, desde esta singular perspectiva, un emprendedor e infatigable trabajador. Baste recordar el tremendo esfuerzo al que se vio sometido cuando, sin abandonar su carrera naval, paralelamente decidió emprender estudios de abogacía, título que obtuvo finalmente, a costa de largas jornadas ganadas a un merecido descanso o al ocio justificado en el solaz familiar.

Esfuerzo tesonero que se prolongó durante varios años, aprovechando los escasos ratos libres que su profesión naval le concedía, ya sea a bordo o en tierra, en el vagón de ferrocarril o en el silencio reflexivo de una biblioteca, en Santiago o Valparaíso, hasta convertirse, como publicó destacadamente la prensa de la época, en el primer abogado nacido del seno de la Armada.

Considérese también, en similar sentido, el entusiasmo desplegado para impartir enseñanza gratuita en la porteña escuela para trabajadores “Benjamín Franklin”, entrega que lo retrata de cuerpo entero.

HEROICO

Que distingue por sus acciones extraordinarias de arrojo, valentía o grandeza de ánimo. (1)

Tal vez ella es la cualidad ética que retrata de forma más preclara la condición de Arturo Prat.

Hombre valiente, cuya presencia de ánimo deja huellas indelebles durante toda su corta existencia, en variados episodios, sencillos o complejos, hasta el momento cúlmine de su tránsito a la inmortalidad.

Heroico se muestra cuando en mayo de 1875, tras un violentísimo temporal que sacudía a la ciudad puerto de Valparaíso, no trepida en abandonar el lecho donde guardaba reposo, tras una fuerte gripe, para acudir presto en socorro de su querida “Esmeralda”, de la cual era su Segundo Comandante, sacudida una y otra vez por los elementos de la naturaleza y en peligro de zozobrar. En esa oportunidad, en medio de la lluvia y el temporal desatado, los ojos de la pequeña multitud allí reunida observan electrizados como un hombre atado a una cuerda se interna en las frías aguas para llegar a nado a bordo de la nave amagada, y luego, arriesgadamente, maniobrar hasta lograr vararla y salvarla en la costa.

Valiente también fue su cometido, como defensor, en sendos juicios de guerra, entre ellos el realizado en contra de su amigo y camarada, el Teniente 1° Luis Uribe. En todos los casos Prat hizo gala de su vuelo intelectual y habilidad argumental, pero, sobre todo, no titubeo ni temió indisponerse con sus superiores, manteniendo un imperturbable rigor ético y una presencia de ánimo a toda prueba.

Heroico con letras de oro es su comportamiento en la legendaria mañana del 21 de mayo. Grande entre los grandes su conducta en Iquique no obedeció a una mera casualidad o a un acto de arrojo del momento.

Su Heroicidad fue la resultante de una existencia marcada por la convicción y la consecuencia. Su fatal desenlace, fruto de un acto profundo y meditado, expresado en verbo la noche anterior: “Si viene el Huáscar… lo abordo”.

Presencia de ánimo que insufló a sus hombres para empujarlos a combatir hasta el último aliento.

Como rememora el propio Uribe, significando su serenidad y tranquilidad de espíritu, en los instantes más álgidos del combate: “Nada, absolutamente nada, traicionaba en él la tremenda responsabilidad que gravitaba sobre sus hombros de gigante”. Valor que trasuntó luego en el postrer intento de abordar la nave enemiga, ofrendando su vida y dando paso a la leyenda.

HIDALGO

De ánimo generoso y noble. (1)

Quizás la cualidad ética que más cuesta comprender, porque encierra virtudes tales como nobleza, caballerosidad, generosidad y lealtad. Todas ellas estaban presentes, en mayor o menor medida, en la admirable existencia de nuestro héroe.

Nobleza:

Que se expresa cuando en medio del fragor del combate de Iquique, Prat divisa la modesta embarcación a remo, maniobrada desesperadamente por la mujer y los hijos de un práctico australiano que durante el bloqueo solía visitar, y ordena detener el fuego, dándose tiempo para dirigirse a ella a viva voz y darle indicaciones de cómo colocarse a buen recaudo.

Caballerosidad:

Demostrada ante los máximos jueces de la República, cuando con ocasión de acudir a rendir de uniforme su examen final de abogacía, deja de lado, en un gesto de absoluta hidalguía, la espada que portaba, aquélla que posteriormente empuñaría con firmeza y no doblegaría ante nadie en defensa de su Patria.

Generosidad:

Manifestada en la ayuda económica que, a pesar de las estrecheces, brindaba regularmente a su madre y hermanos, y que extendía incluso a otros parientes más lejanos.

Lealtad:

Cualidad que practicó cabalmente en todos sus términos. Prat leal con sus superiores y con sus subalternos, quienes en un acto sublime no trepidan en seguirlo hasta la muerte.

Prat leal con su Institución;

preocupación que se grafica en su deseo de contar con un Instituto Naval permanente para la formación de Oficiales de Marina y de mejorar el sistema de ascensos y remuneraciones en boga.

Finalmente, Prat leal con su Patria. Lealtad a toda prueba cuando, lejos de su familia, debió cumplir atípicamente para su condición de hombre de mar “tareas de inteligencia” en Argentina, con motivo de la disputa patagónica.

Concentrado en su tarea reunió, con total laboriosidad y singular audacia, valiosos antecedentes militares que se le habían encomendado.

HONRADO

Que procede con rectitud. Probo, íntegro, virtuoso. (1)

Por cierto, no me refiero a aquella honradez cotidiana, que se da por sentada. Más bien apunto a resaltar aquella consecuencia de vida que el héroe mantuvo imperturbable y serenamente hasta el momento del martirio, honradez personal y profesional propia de un hombre correcto, amante de sus amores: Dios, Patria y Familia.

Prat, honrado en sus convicciones cristianas, religiosidad manifiesta en la relación estrecha con Dios Padre como elemento fundamental de su existencia.

Espiritualidad no exenta de expresiones externas, como lo atestiguan el escapulario de la Virgen del Carmen y la medalla milagrosa de la Virgen de los Rayos, ambas encontradas entre sus pertenencias, objetos todos que denotan la firmeza de su fe y que le acompañaron hasta el instante postrero del adiós.

Prat también honrado en el tráfago del día a día. Puntilloso al extremo, particularmente con el uso de los fondos públicos.

Durante sus labores de espionaje, descuenta cada peso que no obedezca a un estricto cometido oficial, sea el mero pago de una propina o el simple recorte de su barba, y rinde inmediata cuenta de los gastos incurridos apenas retorna a la patria.

Honrado a su vez en la intimidad del núcleo familiar.

Buen padre, a pesar de las tragedias y sinsabores que, reiteradamente le golpearon, con la pérdida de su pequeña hija Carmelita y las enfermedades que rodearon los primeros años de su hija Blanca Estela. Ejemplar marido, prodigó siempre entrañable cariño y respeto a su amada Carmela Carvajal.

Sus innumerables cartas, escritas con nostalgia desde las cubiertas de los buques o desde el extranjero, dan cuenta con ternura de ello.

HUMILDE

Conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y obrar de acuerdo con este conocimiento. (1)

Tal vez la cualidad más difícil de esculpir. Prat, un hombre sencillo, alejado de los vicios y carente de toda ambición.

Dinero, cargos, poder o la gloria le eran indiferentes.

Admirador de todas las cosas grandes… pero sin decir jamás que las intentaría.

Siendo el Comandante Thomson el Comandante de la “Esmeralda”, diez días antes del glorioso combate y presa de su audaz espíritu, convenció al Comandante en Jefe de la Escuadra, Almirante Williams Rebolledo, que lo incluyera en el dispositivo ofensivo que atacaría a la Escuadra Peruana en el Callao mismo, sugiriéndole que lo relevase de tan rutinaria y pasiva tarea a cargo del bloqueo de Iquique y en su reemplazo nombrase al Capitán Prat.

Y así se hizo. El destino quiso que Thomson no encontrase la gloria en el Callao, sino ocho meses más tarde en Arica al mando del “Huáscar”.

Prat, humilde por convicción e hidalgo por consecuencia, aceptó este nuevo desafío al mando de la vieja corbeta, sin saber siquiera que escribiría, a poco andar, la página más gloriosa de la historia naval chilena y una de las más prominentes de la historia marítima universal.

¡Conciudadanos!

Estos simples principios éticos de nuestro insigne Comandante Prat me motivan, a la luz de las planteadas “vocales éticas de la hache”, el proponer una guía o recordatorio para todos mis compatriotas, que ilumine el pensamiento y la acción, en los momentos cotidianos, en la alegría y en la aflicción. Considero factible emular a Prat, porque Chile ha demostrado con creces ser un pueblo de gente mayoritariamente hacedora, heroica, hidalga, honrada y humilde, ya sea en la gloria o en la adversidad.

De nosotros depende esculpir en nuestras mentes y corazones que estas virtudes se acrecienten, para que nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos, invoquen con orgullo el nombre de su Patria, en cuyas letras también se escribe esa muda consonante que encabeza estas vocales éticas propuestas, con el único fin de hacer de nuestro querido Chile un país cada vez más próspero, feliz y justo. 


(1) Definición de las “vocales éticas de la hache” de acuerdo a la Real Academia Española de la Lengua.